Por José B. Dachsel
Hay preguntas que intentan abordar el rechazo del que son testigos. Una de ellas, por ejemplo: ¿Cuándo nos jodimos?
Quizás cuando dejamos de ser políticos. Esto no significa ser de tal o cual partido. Comer con esta u la otra mano. Ser anticuado, moderno u progresivo. Usar grandes palabras, determinarnos en el tiempo o declarar que este ha concluido. No. Para entender esto necesitamos ir al meollo de la palabra. Nos jodimos cuando dejamos de preocuparnos por nuestros pueblos, por nuestros amigos o por nuestros vecinos. Cuando desconfiamos de los niños, ¿eso significa estar jodido?
Porque subimos la luna del auto al llegar al cruce y giramos el rostro para encontrar el vacío. Nos han agazapado en un rincón para que desconfiemos de los otros. Y hoy desconfiamos hasta de nosotros mismos.
Siempre a la distancia del extranjero, lo importado es lo preferido. Pareciese que somos la sala del museo, una semana de vacaciones para trabajar el ego o el desliz que se oculta en el olvido. ¿Quizás por ello proliferan en nuestras ciudades lugares en los que celosamente guardamos la memoria? ¿Acaso nos rehusamos a abandonar los recuerdos? ¿O pretendemos ordenarlos meticulosamente entre rumas de cemento para poder apartarnos con desatención?
Elegimos uno entre ellos: la libertad. El latinoamericano arrojado a su independencia. Unos creen que debe proyectar su voluntad y convertirse en el sujeto electivo Sartreano, hasta el punto de tomar el fusil como la única solución para retomar lo que le fue hurtado. ¿Por nuestra historia solo queda armarnos de valor y hacernos bestias iracundas, mortales donantes, temerarios kamikazes?
Quien bebe del febril odio, también de venganza muere, así inicia esta fábula de desarrollo: somos oportunidad laboral que carga las víctimas familiares a cuestas de la pendiente. Una y otra vez, saboreamos el hambre desbocado, las renovables novedades tecnológicas, nos orgullecemos al integrar listas endebles que nos son siempre ajenas, nos justificamos con cifras anodinas condensadas en porcentajes. Ofertamos el producto que ya nos volvimos.
Tanto Sarmiento como Zavala son víctimas asiduas de sus dudas, ¿por qué admiramos lo que aborrecemos? ¿Por qué odiamos el lugar en el que vivimos? Los hijos de esta guerra a domicilio, creen en el instante específico, ese punto tácito hacia donde dirigimos la nostalgia. ¿Cuándo?
—¡Oh, Perú de metal y de melancolía! —Exclama Lorca, recordando a Carmela Cóndon, su amiga.
Hace algunos años un taxista en Lima le compartió a la cineasta Heddy Honnigman su interpretación de dichas líneas:
— Metal porque el sufrimiento y la pobreza se endurecen como el metal. Melancolía, porque nosotros también somos suaves y tenemos nostalgia del pasado.
¿Acaso nos jodimos en el pasado? Así parece que repetimos inconscientemente al desayunar los noticieros televisivos ¿Acaso por ello nos quedamos sin más futuro? ¿No?
La melancolía es la ruptura del presente. La invasión de lo añorado que desposa el recuerdo y la expectativa. El tiempo que busca ser perdido. Dar por completo, entregarse por completo. Sin llegar a ser un despropósito, ni un desperdicio.
¿Por qué se nos hace imperiosa la determinación del que canta tango? Que es un soplo la vida, que veinte años no es nada, pero ante todo volver ¿A dónde?
Quizás donde alguna vez inmortalizamos una sonrisa: Mañana será ayer y no simplemente otro día. La añoranza de desandar el camino portando una nueva vida. Regresar siendo otro: íntimo júbilo que nos otorga nuestro destino, algunos lo llamarán latinoamericano.
Aquel oxímoron existencial vuelve anodino todo rumor sobre el progreso. Nuestra historia es el mito que escogimos. Como víctimas y victimarios, heredamos el andar más no el camino.
Por ello yacemos exasperados de la atribución de sentido. La academia europea habla de la urgencia, la crisis, el cambio de paradigma, la transformación económica. Los nuevos institutos están plagados de opacas intenciones, se burocratiza el saber bajo el lema de ilustrarnos. Y nuestro saber, se enmarca en un apartado entre la superstición y la teología.
¿Por qué sujetos que no conocen la necesidad, hablan de la necesidad y viajan por el mundo con la intención de brindar TEDTalks? (¿o son acaso Tik Toks?).
Desde los coloniales hasta los postcoloniales, intentan apresar nuestro imaginario. Si de verdad desean realizar un cambio, deberían preocuparse para que los agraviados suban al escenario y tomen la palabra. Nos convocan con la finalidad de completar cuotas, un ítem más en la lista con porcentaje al lado. Da lo mismo ser puertorriqueño, argentino o boliviano. Nuestra diversidad perece bajo el rótulo: latinoamericano.
Que, de este cadáver, entrampado entre muros y visados, surja la vorágine díscola que hemos heredado. Con ese ímpetu moraremos las cumbres de nuestra cordillera.